lunes, diciembre 19, 2005

Smart se fue, seremos presa de Caos

— Hola Max ¿qué has averiguado acerca de la nueva ubicación del cuartel general de Caos?

— Esa es información supersecreta jefe, creo que deberíamos usar el cono del silencio para discutirla.

— Tienes razón Max, nunca se es suficientemente cauteloso, bajemos el cono del silencio. Ahora dime ¿qué has encontrado?

— Nada

— Max! ¿para eso me has hecho bajar el cono?

— Es que ellos no lo saben, jefe.

El domingo pasado falleció a los 82 años Don Adams, más conocido como Maxwell Smart, el Super Agente 86, víctima de una afección pulmonar. Adams había obtenido tres premios Emmy como mejor actor de comedia, y dos la serie “Get Smart” que se emitió originalmente en la NBC entre 1965 y 1969, pero aún sigue viéndose en canales de todo el mundo.

Su nombre fuera de la serie era Donald James Yarmy, aunque cualquiera dudaría en cual era su “verdadero” nombre. Cansado de ser último en las pruebas de actuación debido a su apellido, el actor lo reemplazó por el de su primera esposa, la cantante Adelaide Adams, para pasar a los primeros puestos, además de inteligente, un precursor feminista.

La serie que lo lanzó a la fama también lo estigmatizó, la enorme popularidad de su personaje hacía que no fuera adecuado para otras personificaciones pues el espectador no podía evitar remitir su imagen a la del “super agente”.

A tal grado de popularidad llegó que su zapatófono formó parte de La exposición “Espías: secretos de la CIA, el KGB y Hollywood”, organizada en 2002 en la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan.

Entre risas, Maxwell Smart consiguió relativizar la Guerra Fría y ponerla en el lugar que realmente tenía para el ciudadano común, el ridículo. Ante la imposibilidad del público en general de cualquier intervención que cambiara el triste curso que a la política mundial dan nuestros líderes, “Get Smart” hacía evidente, desde el título, su total irracionalidad y necesidad de irreverencia. Refiriéndose a la serie, Adams comentó en varias oportunidades que no tenía interés en protagonizar una parodia de las películas de espías, pero cuando supo que Mel Brooks y Buck Henry iban a escribir el episodio piloto no dudó en aceptar el papel.

Todos los que crecimos admirando la incorruptibilidad de Max, su permanente defensa del bien en el combate contra el mal, y su incomparable capacidad para mantener la guerra fría bajo el límite de temperatura que la hiciera insostenible, lamentamos profundamente esta mala pasada del destino, que con su maldito “viejo truco” de la muerte se nos va llevando a los imprescindibles. Acompañamos en sentimiento a su esposa, la agente 99, y a sus dos hijos, los gemelos Smart. Asimismo, secundamos la exhortación que esta dama ha hecho al agente 13, pidiéndole que abandone su costumbre de esconderse en lugares inauditos, ya que, a falta del súper agente 86, corre grave riesgo de nunca volver a ser encontrado, “good thinking ninety-nine”.

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