lunes, diciembre 19, 2005

La libertad de malinformación en los Estados Unidos

Por Alejo Rivas Devecchi



(Nota publicada en El Españoel en Australia el 25.10.05)

En julio pasado, el juez Thomas Hogan de los Estados Unidos condenó a la periodista Judith Miller a 18 meses de prisión por desacato al negarse a revelar la fuente de una información que ella no escribió. En ese momento las voces de la prensa mundial se alzaron para defender el derecho de un periodista a proteger su fuente. Sin embargo, en días pasados, Miller ha sido duramente desautorizada por varios medios y hasta su derecho cuestionado.

El caso comenzó como una aparente venganza. En los meses anteriores a la invasión a Irak, el gobierno norteamericano y el inglés comenzaron a difundir noticias que afirmaban que Saddam Hussein preparaba una bomba atómica. Basaban sus acusaciones en un supuesto informe de inteligencia que afirmaría que Irak habría comprado uranio a Nigeria. Esta situación llevó al ex embajador Joseph Wilson IV a la indignación; él mismo había realizado la investigación aludida en febrero de 2002, pero el resultado había sido exactamente el contrario del ahora publicado. Ante la continua repetición de falsedades relacionadas a su trabajo, utilizadas además como excusa para una masacre, Wilson se dirigió al New York Times y relató su historia, que fue publicada el domingo 6 de julio de 2003.

La reacción de la Casa Blanca no se hizo esperar. En una columna de Robert D. Novak -reportero relacionado a los círculos del poder norteamericano- publicada en el Washington Post y otros 300 diarios, se expuso a la esposa de Wilson como agente encubierto de la CIA. “Wilson nunca trabajó para la CIA, pero su esposa, Valerie Palme, es una operativa encubierta de la agencia en armas de destrucción masiva” escribió Novak. Más de un año después de publicada esta columna, el juez Hogan condenó a Miller -afamada periodista ganadora de un premio Pulitzer con su equipo del New York Times- por negarse a revelar las fuentes de esta intriga en la que tuvo una participación , como mucho, marginal.

Judith Miller no era desconocida para la Casa Blanca, es experta en Medio Oriente y trabajó en la cobertura de las dos guerras de Irak. En particular en la segunda guerra, en la que tuvo un papel protagónico en la campaña de George W. Bush y sus aliados para convencer a la opinión pública mundial que Irak poseía armas de destrucción masiva, cuya falsedad quedó luego totalmente probada. Miller utilizó datos falsos en varias de sus notas que defendían esta posición.

El 17 de octubre, el Washington Post publicó un artículo de Howard Kurtz en el que pone en tela de juicio la credibilidad de esta reportera. Kurtz apunta sus acusaciones a las dos situaciones: la campaña acerca de las armas de destrucción masiva y su negativa a cooperar en el juicio del caso Palmer. El periodista del Post cita a varios especialistas en periodismo y compañeros de trabajo de Miller que hablan muy mal de ella. Jay Rosen, profesor de periodismo en la Universidad de Nueva York dijo: “no creo que Judith Miller siga siendo creible”. Craig Pyes, compañero de equipo de Miller en una serie sobre Al Qaeda escribió un memorando a los editores del Times diciendo: “No quiero trabajar más con Miller,....., no confío en su trabajo, en su juicio ni en su conducta”, entre otras cosas.

A cualquier lector de medio somnoliento para arriba, se le ocurriría preguntar por qué el Washington Post no publicó estas acusaciones durante la falsa campaña de las armas de destrucción masiva, a la que también contribuyó. O podría preguntarse por qué su actual Staff Writer, Bob Woodward tuvo derecho a hacerse famoso y millonario por defender sus fuentes en el caso Watergate -el más famoso de la historia del periodismo investigativo- y Judith Miller, treinta y tres años después, no goza a su entender del mismo derecho.

Aunque se esperan procesamientos de funcionarios al más alto nivel del gobierno estadounidense, quizás nunca se lleguen a conocer en detalle los entretelones de este caso. Lo claro es que hubo un manejo al menos irresponsable de los medios y las fuentes de información. También está clara la forma en que el poder usa, abusa, y luego y descarta sus serviles mandaderos. El que ayer le sirvió para mentir al mundo, hoy irá a la cárcel sin que la propia ley lo defienda y mañana será cuestionado por todos sus “colegas” por aquello que hizo y por lo que no.

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