lunes, diciembre 19, 2005

Los cuentos de navidad

Por Alejo Rivas Devecchi

Publicado por El Español en Australia, enero 2005

A la vuelta del descanso, fiestero todos llegamos a la vida diaria cargados de cosas. Los que estamos al norte de la panza de la tierra, traemos virus que nos agarraron desprevenidos cuando luchábamos contra el frío; los agraciados del sur vuelven con caras tostadas y pieles gruesas de capas y mas capas de protectores solares para salvarse de los males del hueco de ozono auspiciado por Johnson & Johnson. Pero nos une el otro bagaje; todos volvemos con cuentos, muchos cuentos, contados y escuchados.

El cuento mas popular de estas fechas es que el 25 de diciembre festejamos el nacimiento de un mesías, lo que de entrada contradice el uso común del término “navidades” en España, salvo que ya se previera la clonación del salvador.

Cuando era chico escuchaba esa historia y me preguntaba si las civilizaciones anteriores a la era cristiana no festejaban navidad. Ahora, que sigo siendo niño pero me ha crecido lo de afuera, se me ocurrió preguntar a los que saben del tema y descubrí que si la festejaban.

Los antiguos egipcios celebraban el fin de año con una ceremonia en que llevaban una penca de palma que tenía doce hojas. Cada hoja representaba un mes del año. Al terminarse la ceremonia, encendían la punta de cada hoja y, apilándolas todas en forma de pirámide, formaban una hoguera en honor del dios Tor.

Los romanos celebraban el 19 de diciembre el Saturnal, en honor del dios de la agricultura, durante siete días de bulliciosas diversiones y banquetes. Al día 21 lo llamaron Solsticio (Sol inmóvil) de Invierno. Tres días después, en la media noche del 24 de este mes, celebraban la fiesta del Sol Invictus (Sol Invencible).

Al mismo tiempo, se celebraba en el Norte de Europa una fiesta de invierno similar, conocida como Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses para conseguir que el Sol brillara con más fuerza.

Cualquier abombáu se de cuenta que mucho antes que la iglesia tomara el control del negocio espiritual, esta fecha era celebrada en todos los rincones de planeta. Esto lleva a buscar el elemento común que causa este comportamiento. Quizá haya otras coincidencias, pero salta a la vista que tanto el pitecantropus erctus, pasando por el neandertal, el cro-magnon y familia, egipcios, romanos y paleocristianos, hasta llegar a su patético descendiente, el homo-oficina; todos han pisoteado un mismo cuerpo celeste. Con pequeños cambios, la vieja tierra ha mantenido sus costumbres los últimos cientos de miles de años, minuto mas o menos.

Entre esas costumbres, a nuestro planeta le da por caminar inclinado, como cuando volvemos tarde del bar. De hecho la tierra mantiene un ángulo con respecto al plano de la eclíptica, u órbita de la tierra -que vendría a ser el mostrador del sistema solar- de 23,5° que es responsable de las estaciones.

Justamente el 21 de diciembre, la tierra llega a uno de los nodos de su órbita. Como quien en su camino a casa se da cuenta que a esta hora ya va a tener problemas, y decide tomarse otra copa para afrontar la situación, el sol vuelve atrás. Eso sí, como todos sabemos, en el camino de retorno es importante mantener la inclinación, que al fin y al cabo es la que nos permite balancear el peso del enano que nos apalea la cabeza y nos mantiene a segura distancia del suelo.

Ese día se produce el Solsticio de invierno, para el hemisferio norte, de verano para el sur. Son la noche y día mas largos del año en los respectivos hemisferios, y al otro día la situación climática empieza a cambiar. Arriba, a calentarse y abajo a enfriar.

Como estas antiguas civilizaciones vivían en el hemisferio norte, no es raro que ésta fuera la fecha mas importante del año. Las provisiones del verano pasado escaseaban, el combustible para los fuegos también, y las nevadas los mantenían inactivos en sus casas. No es de extrañar que la llegada de los días de sol fuerte significara un nacimiento para ellos, y como tal lo festejaban; cada uno a su modo, en su lengua y con los suyos.

Obviamente a Jesús, que como cuentan los cristianos contaba con influencias en las altas esferas, no se le iba a ocurrir nacer en otra fecha. Aunque la iglesia no reconoció la navidad como tal hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno se proclamó el 25 de diciembre como fecha de la Natividad. De esta manera seguía la política de la Iglesia primitiva de absorber, en lugar de reprimir, los ritos paganos.

Por eso me gustan las fiestas de fin de año, porque –sobretodo para los que andamos de aquí para allá- son tiempos de escuchar muchas historias, algunas nuevas para nosotros, otras que sólo vienen a repetir el trillado cuento de navidad.

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