jueves, abril 19, 2007

En Madrid, si una iglesia ayuda a los pobres, la cierran


Por Alejo Rivas Devecchi

El Arzobispado de Madrid decidió cerrar la Parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio Entrevías por no ajustarse a la doctrina oficial sobre la liturgia. Los tres curas que dirigen la parroquia, apoyados por varias organizaciones sociales y los vecinos, han decidido resistir la medida de la autoridad eclesiástica y mantener la institución abierta y con todos sus servicios funcionando.

La Parroquia de San Carlos Borromeo lleva 26 años realizando una importante obra social en uno de los barrios de la capital española donde la marginación hace más mella. No sólo a los católicos llega la labor social de esta institución, allí se reúnen grupos que atienden directamente problemas de exclusión social como el de las Madres (contra la droga), la Escuela sobre Marginación, los Traperos de Emaus, la Fundación Raíces y la Coordinadora de Barrios entre otros.

La razón esgrimida por el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio Rouco Varela, para la clausura de la parroquia; es que los curas dan misa de vaqueros, permiten la entrada a entrada a ateos y musulmanes y reparten rosquillas en lugar de hostias.

Enrique de Castro, uno de los tres curas párrocos que llevan esta iglesia, es también conocido como “el cura rojo”, como ya lo fueron algunos de sus colegas como Pedro Casaldáliga y Leonardo Boff, en Brasil o Arnulfo Romero en El Salvador. De Castro, igual que sus dos compañeros de parroquia, Pepe Díaz y Javier Baeza, pertenece al la corriente ideológica renovadora conocida como Teología de la Liberación, que surgiera en Sudamérica en los años sesenta como reacción al apoyo de la iglesia a las dictaduras fascistas que, con la ayuda de los Estados Unidos, se instalaron en toda América Latina.

Éste cura no ve un error en impartir los sacramentos en ropa de calle. Según él eso permite que los parroquianos se sientan así más cerca de la iglesia, que lo reconozcan como uno de ellos; de hecho, fueron ellos mismos quienes se lo pidieron. Uno de los chicos, ex delincuente, comentaba que cuando ellos van a juicio, tanto los jueces cómo los guardias van de uniforme sólo ellos “no van disfrazados”. Es justamente ese alejamiento de la doctrina lo que estos párrocos buscan, una adecuación a los nuevos tiempos y a la realidad de la sociedad en que trabaja la parroquia.

Desde el anuncio de cierre en la primera semana de abril, la iglesia viene celebrando misas multitudinarias prohibidas por la autoridad eclesiástica madrileña. El arzobispado rechaza la obra de los curas de esta parroquia, sin embargo, otros curas se acercan a brindar su apoyo. Andrés, el cura del hospital Niño Jesús, es uno de ellos, este cura cree “la Iglesia tiene que aceptar que hay varios modelos de parroquias y que algunas, como ésta, lo que intentan es adecuarse al lenguaje de la gente".

Daniel Sánchez, es párroco de Santa María de El Pozo, también se acercó a manifestar su apoyo y a desmentir la versión del arzobispado que acusa a los curas de San Carlos Borromeo de estar aislados y no entenderse con otros curas. Según Sánchez, “Las cinco parroquias de la zona estamos haciendo un buen trabajo en común".

Se multiplican las historias de los vecinos que los curas de esta parroquia han ayudado de un modo u otro. Mohamed Ben Aissa, fue expulsado de casa de su hermano y los curas le acogieron, Maite Molina pudo dejar las drogas gracias a su ayuda, José Sanz les agradece haberlo acogido cuando salió de la cárcel. Estas son las razones por las que estos curas se niegan a cerrar su parroquia, porque su existencia es útil, porque ayuda a la gente del vecindario que, según ellos, es lo que la iglesia debe hacer. Mientras tanto el arzobispo de Madrid está preocupadísimo por la ropa con que dan misa, y los echa.
 
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