Por Alejo Rivas Devecchi
abril 2005
Con motivo de la muerte de Karol Wojtyla, hemos escuchado y leído alabanzas por doquier. Es oportuno recordar, en testimonio de los propios afectados, su política de sistemática oposición a toda propuesta de avance social y político de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, convocado en 1962 por el Papa Juan XXIII, y clausurado en 1965 por Pablo VI, dio un vuelco crucial en la política del catolicismo. El lema pasó entonces de la imposición absolutista a la comprensión y el diálogo. Respecto al mundo moderno se planteó una reconciliación con las áreas del trabajo, la ciencia, la tecnología, las libertades y la tolerancia religiosa.
El giro definitivo se dio en 1968, en la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, en cuyos documentos figuraron temas que fueron la base de la Teología de la Liberación, movimiento liderado, entre otros, por el peruano Gustavo Gutierrez, los brasileños Helder Cámara y Leonardo Boff, el argentino Enrique Duessel, el salvadoreño Juan Sobrino y el uruguayo Juan Luis Segundo.
Según Leonardo Boff, de esta nueva actitud nació la respuesta al último desafío social que le quedaba a la Iglesia, el ajuste de cuentas con los pobres. “¿Cómo anunciar a Dios como Padre en un mundo de miserables – plantea Boff – sólo tiene sentido anunciar a Dios como Padre si somos capaces de sacar a los pobres de la miseria, si convertimos la realidad de mala en buena.”
“Desde su asunción 1978, Juan Pablo II, se opuso a esta tendencia renovadora. Organizó desde el poder del Vaticano, en firme alianza con la Curia romana, la restauración del antiguo régimen de imposición”, afirmaba el teólogo brasileño.
Leonardo Boff fue castigado por sus posturas a favor de la Teología de la Liberación. En 1984 la Congregación de la Doctrina de la Fe lo juzgó por uno de sus trabajos y lo condenó a un año de silencio.
Otro de los teólogos progresistas latinoamericanos, Pedro Casaldáliga, obispo de Sao Félix do Araguaia, escribió una carta al papa en febrero de 1986. En esa carta, Casaldáliga plantea algunos de los temas que le preocupan con respecto al papel de la Iglesia, y que no había podido plantear al papa personalmente,
“En lo que se refiere al campo social, no podemos decir con verdad que ya hemos hecho la opción por los pobres. En primer lugar porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan. En segundo lugar, porque no actuamos, frente a la “riqueza de la iniquidad” con la libertad y firmeza adoptadas por el Señor.”
En otro tema, el obispo catalán escribe: “no se puede negar que la mujer continúa siendo fuertemente marginada en la Iglesia: en la legislación canónica, en la liturgia, en los ministerios, en la estructura eclesiástica. Esa discriminación nunca podrá ser justificada.”
Con respecto a los viajes del papa, el obispo le pregunta : “¿no exigen esos viajes grandes dispendios económicos por parte de las Iglesias y los Estados, revistiéndose así de una cierta prepotencia y unos privilegios cívico-políticos con relación a la Iglesia católica, en la figura del Papa, que se hacen irritantes para otros?”
Casaldáliga termina preguntando sobre política internacional, “Sólo con el Socialismo o con el Sandinismo no puede dialogar la Iglesia? Dialogó con el Imperio romano, con el feudalismo, y dialoga, a gusto, con la burguesía y el capitalismo. Dialoga con la administración Reagan. ¿El Imperio norteamericano merece mas consideración para la Iglesia que el proceso doloroso con que la pequeña Nicaragua pretende ser ella?
El peligro del comunismo no justificará nuestra connivencia con el capitalismo. La credibilidad de la Iglesia depende, en gran parte, de nuestro ministerio, crítico, sí, pero comprometido con la causa de los pobres y con los procesos de liberación de los pueblos secularmente dominados por los sucesivos imperios y oligarquías.”
Obviamente, Casaldáliga fue también castigado por la santa sede. A su retiro, se le exigió que se mudara de su municipio “para no constreñir con su presencia a su sucesor”. La población creyente de Sao Félix rechazó semejante orden.
Leonardo Boff en su artículo “Juan Pablo II, el gran restaurador”, publicado el cuatro de abril pasado, resume claramente la actividad de Juan Pablo II en su largo reinado:
“Hubo una gran contradicción entre las actitudes del papa y sus enseñanzas. Hacia fuera, se presentaba como un paladín del diálogo, de las libertades, la tolerancia. Pero dentro de la Iglesia acalló el derecho de expresión, prohibió el diálogo y produjo una teología con fuertes tonos fundamentalistas. El proyecto político-eclesiástico asumido por el Papa no resolvió los problemas que se había planteado en relación a la Reforma, la modernidad, y la pobreza. Mas bien los agravó, retrasando un verdadero ajuste de cuentas.”
lunes, diciembre 19, 2005
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