miércoles, marzo 29, 2006

El botellón, beber es malo sólo cuando no es negocio

Por Alejo Rivas Devecchi

El pasado viernes 17, los jóvenes convocaron, a través de Internet y mensajes de texto a los teléfonos móviles, un Macrobotellón en varias ciudades de España. Salvo contadas y honrosas excepciones, como Granada, las autoridades intentaron reprimir la celebración de la reunión, con consecuencias siempre peores que si se hubiera permitido. Surge obvia la cuestión de a qué intereses responden las autoridades cuando intentan reprimir una de las actividades ya tradicionales de la juventud española.

El botellón es una práctica que los jóvenes españoles realizan los fines de semana desde hace ya varios años. Consiste en juntarse varios amigos en una plaza, boulevard, o cualquier área pública que resulte suficientemente céntrica para no excluirse de la movida de la ciudad y lo suficientemente amplia como para alojar numerosos grupos de amigos, y allí dedicarse a tomar bebidas alcohólicas, o no, compradas en el supermercado y socializar. O sea que es lo mismo que hace media humanidad cuando va a un bar a tomar algo, pero sin el bar, y con muchas más posibilidades de conocer gente.

Resulta lógico preguntarse porqué, entonces, a las autoridades españolas les molestan tanto los botellones, al punto de haberlos prohibido en varias de sus ciudades principales, mientras nadie habla mal de los bares. Un cínico pensaría que la razón es que las autoridades representan los intereses de los propietarios de los bares que abusan tanto con sus precios, que han conseguido que esos muchachos prefieran tomar sus tragos parados a la intemperie.

Y efectivamente abusan, el trago más tomado en España es el cubata de ron, el ron más común es el Cacique. Un cacique-cola cuesta entre tres y seis euros en diferentes lugares de España. Una botella de un litro de ron rinde 30 medidas y cuesta diez euros, una botella de dos litros de Coca-cola cuesta tres euros, así que el costo de un cubata comprado en un supermercado es 0,6 euros. Por lo tanto, los jóvenes deben pagar en los bares entre cinco y diez veces lo que pagan en un supermercado, eso sin considerar que los bares pagan sus insumos a precios mucho menores que estos. Si esto no es abuso, que alguien diga que es.

El señor Julio Iglesias de Ussel escribió una columna de opinión en La Razón del mismo viernes en la que afirma que estos usos “revientan las bases de la convivencia social, transforman un problema sanitario o cultural en una alteración de las bases mismas de la democracia”. Es realmente sorprendente enterarse por este medio que la democracia española es tan precaria que sus bases son pasibles de ser alteradas por algunos pibes tomando unos cubatas en la calle, de hecho nadie con un mínimo de sensatez lo creería, sin ánimo de tratar de insensato a este pichón de fascista.

Once páginas más adelante, este mismo diario publica un artículo, firmado por G. Mascuñano, titulado “Uno de cada cuatro adolescentes se estrena en el consumo del alcohol con el botellón”. En el primer párrafo Mascuñano argumenta en tono censor que “uno de cada cuatro adolescentes se inicia en el consumo de bebidas espirituosas por culpa del botellón (22 por ciento)”. En primer lugar cabe aclarar que uno de cada cuatro elementos del conjunto que sea, en España, en Timbaktu, o en Júpiter equivale a un 25, no a un 22 por ciento, y excusar al señor Mascuñano por su ignorancia en proporcionalidad básica. Luego cabe preguntarse cómo, y a qué edad, se iniciaban los jóvenes en el consumo del alcohol antes de la existencia del botellón. Sin estadísticas en la mano, pero habiendo conversado con algún español mayor y leído algo de historia, podríamos afirmar que hace cincuenta años mucho más de un 50 por ciento (dos de cuatro, un 44 por ciento, según Mascuñano) de los jóvenes españoles se iniciaba al consumo de bebidas alcohólicas “por culpa de sus padres”, o sea en su hogar. Más aún, si leemos cualquier escrito medieval, podemos enterarnos que los monasterios ofrecían como hospitalidad a quien la necesitase un mendrugo de pan y una jarra de cerveza, incluso a los niños. O sea que los chicos de antes se iniciaban al consumo del alcohol “por culpa” de sus padres, y hasta de la santa Iglesia!

Pero, para asombro del señor Mascuñano y otros dignos herederos del pensamiento de Francisco Franco, la democracia no se tambaleó, ni la civilización occidental y cristiana se desbarrancó en una incontrolada vorágine de inmoralidad y libertinaje por esa razón.
Por eso, señor Mascuñano, señor Iglesias y otros tantos que mi flaca memoria y mi desgastada paciencia me impiden enumerar, no se preocupen. Su orden social y sus democracias tuteladas por el capital financiero están a salvo.
No serán algunos jóvenes tomando algunos cubatas quienes amenacen el orden que ustedes y sus cofrades han implantado y ellos sufren. Sólo quieren divertirse en la medida que sus escasos recursos lo permiten y, si tienen suerte, pasar esa noche en buena compañía, aunque quizás ustedes ya hayan olvidado lo que eso significa.

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